Mi absurda batalla
Sin prisa, me escondo del silencio, retrocedo ante su magia ocultando mis temores. Cada molécula de mi cuerpo es dueña de ansiedades que conviven en mi sangre con la simetría de un jardín inglés.
Bajo un rojo manto de olvido, guardo con recelo la iniquidad y el odio. Fantasmas poderosos combaten conmigo, arremeten contra mis fuerzas apretando sus espadas, amenazando con celebrar su triunfo: despojarme del fatídico cofre, resguardado por mi esencia y mi humanidad controlada.
Sola me enfrento a mis dragones, pues las luchas internas no admiten intervención de terceros. Sería como reconocer la incapacidad de mi escudo, la inutilidad de mis brazos para ganar esta guerra perenne.
Aún si pidiera ayuda, nadie lograría esquivar los proyectiles que me persiguen. Para mí están destinados, es mi carne la que deben lacerar, mi espíritu al que deben quebrantar. Quizás lo consigan, algunas murallas de mi fortaleza se han desplomado. De sus torres en ruinas emanan humaredas, que recuerdan los fracasos y decepciones del pasado.
Pero el ímpetu de mi océano llegará hasta los faros. Desde allí atisbaré a las naves enemigas. Con fuego en el corazón libraré mis batallas, y las páginas de la historia las pintaré de mi color. Al menos las de mi historia.
Sin importar el desenlace, que siempre será la derrota, ancla y velamen jugarán su papel. Predecir que seré vencida no obedece a inseguridad, debilidad o pesimismo. Es tan sólo el privilegio de poseer una certeza. La de que en cualquier instante, en cualquiera de mis campos, el final llegará vestido de Muerte. Vislumbraré su barca desde mi promontorio, y acudiré a su encuentro en humillante paz.
Comprenderé entonces lo absurdo de mi lid, añoraré la indiferencia ante el desafío, reconoceré su dominio sobre mi ejército. Y rendiré mis armas. Para siempre.