Cuando llueve...


Desconecto mi mente de la falsa realidad.


 Mis seis sentidos se alertan,

 se preparan para las mil sensaciones que les mantendrán ocupados.

La labor de mis ojos es permanecer cerrados, 

la de mi olfato, aspirar el hechizo de la tierra mojada, 

la de mi oído, deleitarse ante el susurro celeste. 


Mi boca sólo debe repetir tu nombre

 y mis manos, adueñarse de mis deseos.

La más digna tarea le corresponde al más imprescindible de todos. 

Aquel sin el cual no podría permanecer en pie: 


Mi instinto.

Él se ocupará de transportarme lejos... 


tan lejos donde sienta que ya no puedo regresar.

Y así, el agua empapa mi inquietud, 

inspira mis canciones, aparta mis temores. 

Limpia mi alma del desamparo, 


apaga las llamas de la incertidumbre, 

trae a mi cama los recuerdos e ilumina mi futuro.

Las gotas cesan. Se apaga el ruido. Huye el aroma.

Lentamente despierto del letargo seductor, 


embriagada de paz y nostalgia. 

Muere un sueño. Nace la luz.

Al fin, abrazo la esperanza de que esta dosis de calma, 


me dará una semana más de vida. 

Un nuevo hálito, hasta que la lluvia vuelva a precipitarse 


sobre mis áridos días.

Comerse un mango con las manos...


Ante lo insípido de la vida, sus bromas pesadas,
su amargo transcurrir, 
su retahíla de sorpresas añejas y su inmadurez irritante, 
cavamos fosas absurdas en una desesperada búsqueda de felicidad.

Me pregunto qué es en realidad esa nube utópica, disfrazada de mil colores, perseguida hasta en sueños. 
Anhelada hasta por el perro de la esquina, 
creyendo que la alcanzará cuando al fin logre atrapar su cola.
Para el ladrón, es robar cuanto pueda y no ser atrapado. 
Para el asesino, organizar el crimen perfecto. 
Para el empresario, enriquecerse pagando menos impuestos. 
Para el presidente, terminar su mandato sin una sola huelga.
Grandes ambiciones, pequeños caprichos.
Plegarias que van y vienen sin encontrar ya quien las escuche:
Todos los dioses estan ocupados. 
La humanidad gime en reclamos que se confunden entre sí.

Y yo que aprendí a ver este desastre de otro modo, 
sin permanecer pasiva, pero sin atormentarme. 
La felicidad me tiene envidia, por lo fácil que la encuentro. 
Agotó sus mutaciones intentando seducirme 
y sólo consiguió que menos la persiguiera.
La descubro a cada instante, de la forma más sencilla:
Se me antoja aveces gris, a veces salada,
otras suave, escurridiza, casi imperceptible.

Mientras el catedrático persigue su postgrado,
el actor su Óscar 
y el cardenal su ascención a Papa, 
hoy fui feliz mientras saboreaba aquel dulce momento. 
El néctar de la alegría corría por mis brazos, 
embarraba mi cara y apaciguaba mi alma.
La cáscara terminó en el basurero, 
pero la dicha se quedó conmigo.

Simple. Como renunciar al cuchillo.

Mi absurda batalla


Sin prisa, me escondo del silencio, retrocedo ante su magia ocultando mis temores. Cada molécula de mi cuerpo es dueña de ansiedades que conviven en mi sangre con la simetría de un jardín inglés.
Bajo un rojo manto de olvido, guardo con recelo la iniquidad y el odio. Fantasmas poderosos combaten conmigo, arremeten contra mis fuerzas apretando sus espadas, amenazando con celebrar su triunfo: despojarme del fatídico cofre, resguardado por mi esencia y mi humanidad controlada.
Sola me enfrento a mis dragones, pues las luchas internas no admiten intervención de terceros. Sería como reconocer la incapacidad de mi escudo, la inutilidad de mis brazos para ganar esta guerra perenne.
Aún si pidiera ayuda, nadie lograría esquivar los proyectiles que me persiguen. Para mí están destinados, es mi carne la que deben lacerar, mi espíritu al que deben quebrantar. Quizás lo consigan, algunas murallas de mi fortaleza se han desplomado. De sus torres en ruinas emanan humaredas, que recuerdan los fracasos y decepciones del pasado.
Pero el ímpetu de mi océano llegará hasta los faros. Desde allí atisbaré a las naves enemigas. Con fuego en el corazón libraré mis batallas, y las páginas de la historia las pintaré de mi color. Al menos las de mi historia.
Sin importar el desenlace, que siempre será la derrota, ancla y velamen jugarán su papel. Predecir que seré vencida no obedece a inseguridad, debilidad o pesimismo. Es tan sólo el privilegio de poseer una certeza. La de que en cualquier instante, en cualquiera de mis campos, el final llegará vestido de Muerte. Vislumbraré su barca desde mi promontorio, y acudiré a su encuentro en humillante paz.
Comprenderé entonces lo absurdo de mi lid, añoraré la indiferencia ante el desafío, reconoceré su dominio sobre mi ejército. Y rendiré mis armas. Para siempre.

Falsa Cordura


Si la consoladora doble moral no existiera, la mitad de los habitantes de este planeta se quedarían sin nada que hacer. Resulta sorprendente que millones de hombres y mujeres puedan verse al espejo cada mañana sin sentir un milímetro de repulsión hacia ellos mismos, sin avergonzarse de su persona.
Al maratón de contradicciones que conforman la vida se suman a cada instante nuevos competidores que entrenan muy duro para alcanzar el estado mental necesario y resultar ganadores en esta comedia.
En la gran plaza pública de la cotidianidad se comercializa todo a diario: amor, poder, sexo, responsabilidad, servicio, salud, caridad, libertad.
Y el negocio del siglo se acerca, “clases de actuación para aprendices de individuos exitosos”. Los principales maestros serán los políticos, abogados, sacerdotes, educadores, periodistas... un momento, yo soy periodista. Bueno, talvez yo tampoco esté a salvo, espero no caer en la tentación. Después de todo, a mi también me asignaron un papel al nacer, sólo que cuando tuve el guión en mis manos, lo rompí en mil pedazos y lo arrojé a la basura.
¡Mi hermoso planeta! Lo bueno es bueno dependiendo de las circunstancias. Lo malo es malo dependiendo de quién lo haga. Ninguna regla esta clara en la podrida sociedad de hoy, sólo se reafirman las leyes en el momento preciso de juzgar los actos ajenos. Antes de eso, la ética, la moral y la integridad, son conceptos vagos flotando en el subconsciente como fantasmas de una lejana pesadilla. Pero en cuanto se presenta la oportunidad, los jueces menos indicados suben al estrado llenos de majestuosidad y milagrosamente los olvidados conceptos cobran vida y fuerza imperante, y caen sobre el acusado con todo el peso del cinismo y la desfachatez.
Es difícil creer en un mundo donde el oficial civil que celebra tu matrimonio te pasa discretamente durante la ceremonia una tarjeta de su bufete privado, donde él es especialista en divorcios.
Es difícil creer en un mundo donde la policía delinque más que los pandilleros, pero necesita de éstos para mostrarlos en las ruedas de prensa y asegurar que todo está bajo control.
Es improbable sobrevivir en este pedazo de tierra amenazado por el agua de los polos, en el que miles de mártires adeptos de PETA y Greenpeace, vociferan en las calles sus mensajes de concientización y luego van a sus hogares a disfrutar un suculento bistec o algún producto enlatado cuyo envase terminará en la basura sin tomar en cuenta el reciclaje.
Qué amarga resulta esta masa de continentes, donde las banderas blancas disparan proyectiles, donde los aviones de guerra arrojan al mismo tiempo misiles y comida a sus víctimas inocentes, donde la potencia más admirada es la que más terror y muerte siembra a su alrededor.
Qué triste es esperar en la fe que necesita monedas para subir a los pies de su Dios, sin garantías de una recompensa que amortice la agonía.
Qué duro es este mundo donde, como dijo Tácito, se le llama paz a la soledad del exterminio.
Todos fingen ser sensatos, juiciosos, precavidos, exitosos, autosuficientes, independientes, seguros, prudentes, sabios, optimistas. Pero todo es falso, como flores de papel. Tal cual. Color y aroma inexistentes.