Otoño


A ti, suave murmullo que pintas de oro las tardes de mi adultez,
que apaciguas con tu belleza el dolor de mi alma muda;
a ti que me has escuchado veintidós veces...
A ti, mi lugar favorito,
elevo mi pluma para que al menos en el papel,
quede constancia de cuánto me alentaste.

En tu paisaje de ensueño me perdí con gozo,
en la magia de tu noche visitó la luna mi ventana.
La dejé pasar y besar mi cara
y reímos juntas hasta rayar el alba.

El amanecer me hizo nueva,
el viento nunca tuvo igual aroma,
las flores me contaron su mejor secreto
y de cada hoja seca nació una esperanza.

Te hablé de mis miedos, de cuando creía en el amor, 
y arropaste como cómplice aquel encanto ficticio.
Me envolviste en tu mirada de alegría pasajera,
convirtiéndome en paloma, acercándome hasta el sol.

Hoy puedes decir que me posees entera,
que en tus páginas plasmé lo sublime de mi historia,
que bailé en tu embrujo hasta dormir cansada,
soñando que la felicidad no es perecedera.

Quédate conmigo, no apagues tu silencio,
deja que mis manos se deshagan en versos.
No quiero que tu brillo pase sin tocarme,
sin que mi vientre quede fecundado de tu piel.

Eterniza tu imagen en el gris de mis días,
para que mi fantasma no abandone este cuerpo tras de ti
y te persiga hasta donde te escondes tanto tiempo,
arrebatándome la vida que me prestas cada octubre.

Sin rocío


Hubo una vez un amor de ensueño, bañado por cristales de ilusión inagotable, purificado por la inocencia de ser el primero, iluminado por la fe de no conocer el engaño.

Hubo una vez una pasión sin cadenas, capaz de soltar los velos del pudor; fuerte e imponente como un roble centenario, trémula y seductora como la muerte voluntaria, posesiva y ardiente como lava de volcán.

Con vendas de agua en los ojos, la historia fue escribiendo día a día su epitafio. Gotas de suaves matices cubrían las níveas hojas, destilando el néctar embriagante que endulza los latidos y turba el alma con recuerdos de momentos no vividos.

Atormentado por lo incierto, abatido por el presentimiento, tu corazón jugaba a ignorar las señales. Ahora es tarde, eres como una América descubierta por visionarios. Irrumpieron en ti, saquearon tu riqueza, te abandonaron sin clemencia.

¡Corazón inerme, cuerpo sin murallas! dejaste explotar tus piedras preciosas y hoy tus minas yacen exangües. No hay calor, ni fuego abrasador. Tampoco rencor, ni gotas de ilusión.

Desierto sin oasis, noche sin luna, ¿Queda algo valioso en tu cueva solitaria? Los cuervos reposan en las ramas, las sombras arropan el espejismo de tu quimera predilecta. No supiste aislarla del veneno y ahora se torna transparente, cuanto más tratas de tocarla.

Si tan sólo poseyeras la virtud del presagio, mares de lágrimas no habrían nacido. Hoy fueras barca anclada, tierra no conquistada. Pero abriste tus puertas, alzaste tu vuelo y hoy sientes como la escarcha se evapora, cual rayo veloz...

Tu rosa ya no tiembla. No hay gotas que la besen. No hay brillo sobre sus pétalos. Temerosa y vacía, tratas de hallar los restos del cuento de hadas. Marchitada y confusa, avanzas lentamente hacia el final de la historia. Un final que amenaza con oscurecer a la más grande de las estrellas.