Cuando llueve...


Desconecto mi mente de la falsa realidad.


 Mis seis sentidos se alertan,

 se preparan para las mil sensaciones que les mantendrán ocupados.

La labor de mis ojos es permanecer cerrados, 

la de mi olfato, aspirar el hechizo de la tierra mojada, 

la de mi oído, deleitarse ante el susurro celeste. 


Mi boca sólo debe repetir tu nombre

 y mis manos, adueñarse de mis deseos.

La más digna tarea le corresponde al más imprescindible de todos. 

Aquel sin el cual no podría permanecer en pie: 


Mi instinto.

Él se ocupará de transportarme lejos... 


tan lejos donde sienta que ya no puedo regresar.

Y así, el agua empapa mi inquietud, 

inspira mis canciones, aparta mis temores. 

Limpia mi alma del desamparo, 


apaga las llamas de la incertidumbre, 

trae a mi cama los recuerdos e ilumina mi futuro.

Las gotas cesan. Se apaga el ruido. Huye el aroma.

Lentamente despierto del letargo seductor, 


embriagada de paz y nostalgia. 

Muere un sueño. Nace la luz.

Al fin, abrazo la esperanza de que esta dosis de calma, 


me dará una semana más de vida. 

Un nuevo hálito, hasta que la lluvia vuelva a precipitarse 


sobre mis áridos días.