Lágrimas...


Tentación salada que resbalas por mi rostro,
dejando en mis mejillas tus huellas de desgracia...

¿De dónde vienes? ¿Porqué habitas en mis ojos?
He sentido tu presencia en el borde de mi alma,
inundándola, ahogando mis latidos sin piedad.

Acudes sin llamado, como la sangre a la herida,
y no logro detener tu furia y majestad.

Es tu lenguaje mudo el que lava mis penas,
tus susurros grises los que llenan mi melancolía,
y la dejan parida de recuerdos.
De sollozos. De sombras. De miedos.

Tantas veces has manifestado mi esencia,
que de memoria sabes el instante preciso
para embrigar a mis pupilas con tu néctar liberador.

En el torbellino de emociones en que nadan mis esperanzas,
tu fulgor deslumbra y desvanece todo.

Quieres quedarte, lo sé. Soy tu guarida predilecta.
Lo irónico es que representas a mi huésped preferido.

¿Para qué negarlo? Me amas y te amo.
En mí serás inmortal. Soy tu fuente interminable.

Nuestros nombres tienen la misma inicial.
Talvez nuestros cauces tengan el mismo final.

Casi perfecto


Sin la suave tentación de tu boca,
irresistiblemente deseable y hechicera,
mi fin de semana habría transcurrido sin mayores emociones.
Mi permanente introspección me mantiene ajena a las pasiones
que en otra época ocuparon mi tiempo
sin que yo tratara de evitarlo.
Pero ahora, luego de haberme sometido
a tu inquietante presencia,
el recuerdo de tu imagen caminando hacia mí,
me envuelve cuando menos lo espero,
transportándome hacia el rincón en que habitan mis añejas ganas de sentir.
Sentir…
El hormigueo electrizante al contacto de unos labios,
el acelerado pulso que enciende mi rostro sin remedio,
la erupción involuntaria de cada poro de mi piel,
el suspenso expectante en el que aguardo la próxima caricia,
y la correspondiente reacción que provocará en mi cuerpo…
¡Tantas cosas extraño sentir! Y en mi mente las hiciste revivir.
Pero estás allá, tras el cristal de lo inalcanzable,
y sólo puedo observar,
como quien espía la función detrás del telón,
suponiendo lo que habría pasado de no ser porque nunca estamos en el momento y lugar adecuados
para cambiar nuestra historia.
Luego nos toca ver esas escenas desde la fría inconciencia de la imaginación y el deseo,
preguntándonos ¿por qué no te conocí antes?
Esa es la interrogante que hoy baila en mi cabeza.
A pesar de haber cruzado apenas dos palabras,
y de no saber exactamente lo que provoqué en ti.
A pesar de tu fugaz, pero significativa despedida:
“Adiós princesa”…
y del tímido beso apresurado,
aún te veo al cerrar mis ojos.
Me contemplas de esa misteriosa forma
en la que nadie me había mirado,
y yo juego a adivinar lo que estás pensando,
soñando que acaso sería lo mismo que yo,
si no llevaras esa sortija en tu mano derecha.