En unas semanas cumpliré 27 años. Con la inmensa pasión que siento por la música, a menudo me lamento por los tantos años perdidos sin haber descubierto ciertos artistas, bandas y canciones de cuya existencia nunca supe, hasta mucho tiempo después. Por ejemplo, más de una vez me he preguntado: ¿Cómo es que soy más vieja que Toque Profundo y no invertí al menos la mitad de mi vida en escuchar su música? ¿Por qué me sucedió tal desgracia?
Claro, cuando creces en un pequeño pueblo del interior, sin el auge
del Internet durante tu infancia y adolescencia, escuchando estaciones de radio
donde te pasan a Arjona y a Maná todo el día (porque esa es la música latina y
la que “hay que oír”) no tienes muchas opciones de dónde elegir. No es que
puedas crearte una conciencia musical amplia, diversa, atrevida, rica. Y básicamente
eso fue lo que me pasó, como imagino, le habrá pasado a muchos.
Pero gracias a Dios, existen los hermanos mayores. A través del mío conocí,
un día cualquiera de mi adolescencia, aquella canción que hablaba sobre la
amistad. Y decía que un amigo es una luz en la distancia, y que calmaba las
turbulencias, y una cadena de frases hermosas, cantadas por una voz visceral
que jamás había escuchado. Fue amor a primer oído.
Luego descubrí la historia de un viajero que dejándolo todo se
aventuraba a tierras extrañas, persiguiendo sueños improbables y sintiéndose
siempre ajeno. Después escuché como le ponían melodía a las realidades de mi país y sus personajes... Y así, sin saber nada de la vida, en aquel apartado rincón del Cibao, supe que en mi
media isla había una banda que hacía rock dominicano (¿Quéjeso?) y se llamaba Toque Profundo.
Me gustaría poder decir que
en ese encuentro culminó todo y que hubo boda, pero no. Aquella era la época de
los casetes, más adelante los discos digitales, y en mi corriente vida de
muchachita estudiosa y de su casa, no había ocurrido todavía el verdadero
despertar musical que vino después. Muchos años pasaron, el querido hermano
emigró -como el viajero de la canción- y de alguna manera perdí el contacto con
esa “música rara” que tanto me había gustado.
Pero un buen día, llegó la adultez. Universidad, dejar la casa de tus
padres, mudarte a la ciudad, trabajar, hacerte cargo de tu vida, pasar trabajo…
y tomar decisiones. Por suerte, qué música escuchar, era una de ellas. Y para
no seguir aburriéndoles, el chiste en todo este bla bla bla es que escuché a esos locos por primera vez siendo una
niña y que pude ir a mi primer concierto de ellos siendo una vieja. Ahí sí se consumó el matrimonio y desde entonces no me pierdo un show.
Eso sí, valió la pena la espera, el tiempo perdido se recobró. Porque resultó
que cuando Clemente rasgó esa guitarra, cuando Tomás hizo temblar su bajo,
cuando Joel golpeó aquella batería y Tony soltó las primeras notas, todo sonó
como ese día de los 90’s cuando por primera vez tuve contacto con su música. Volví
a ser una niña que desconocía el futuro, pero que vivía ese instante con la
intensidad que cada nota me provocaba. Volví a sentir cerca a mi amado hermano, al que tanto extraño y con quien siempre me he sentido unida por Toque a pesar de la distancia, cada
vez que los escucho.
Por esto y más, cuando en la noche de Premios Soberano se desplegó aquella gran producción complementada
por íconos de la balada, salsa y bachata criollas, cuando vi cómo en unos
minutos intentaron (porque es
imposible) condensar las mil historias hechas canciones, la gran trayectoria
basada en calidad y fe, las emociones arrancadas a generaciones de fans que se
han identificado con la banda, me sentí feliz, agradecida, paga, orgullosa.
Y esperanzada. Porque Toque nos enseñó que los sueños deben ser más grandes que
los miedos. Que las ganas se imponen a los obstáculos. Que hacer lo que amas, y
no lo que se supone que debes hacer, te hará feliz aunque no ganes un Grammy. Que
la perseverancia rinde frutos. Que el talento, tarde o temprano, hace voltear
las miradas, abrir los oídos y aplaudir de pie.
Y que aunque tengan que pasar 25 años, un día tu pueblo te verá subir a
un gran escenario a aceptar lo que ya te habías ganado un par de décadas atrás,
mientras tus seguidores de corazón con la piel erizada te dirán "GRACIAS POR
TANTO". Por hacer música, por ser valientes, por enseñarnos que, hasta que las
cosas cambien, hay que aprender a gritar más fuerte y por más tiempo.
¡Larga vida a Toque!
Con toda la admiración de una fan tardía, pero fiel.