Comerse un mango con las manos...


Ante lo insípido de la vida, sus bromas pesadas,
su amargo transcurrir, 
su retahíla de sorpresas añejas y su inmadurez irritante, 
cavamos fosas absurdas en una desesperada búsqueda de felicidad.

Me pregunto qué es en realidad esa nube utópica, disfrazada de mil colores, perseguida hasta en sueños. 
Anhelada hasta por el perro de la esquina, 
creyendo que la alcanzará cuando al fin logre atrapar su cola.
Para el ladrón, es robar cuanto pueda y no ser atrapado. 
Para el asesino, organizar el crimen perfecto. 
Para el empresario, enriquecerse pagando menos impuestos. 
Para el presidente, terminar su mandato sin una sola huelga.
Grandes ambiciones, pequeños caprichos.
Plegarias que van y vienen sin encontrar ya quien las escuche:
Todos los dioses estan ocupados. 
La humanidad gime en reclamos que se confunden entre sí.

Y yo que aprendí a ver este desastre de otro modo, 
sin permanecer pasiva, pero sin atormentarme. 
La felicidad me tiene envidia, por lo fácil que la encuentro. 
Agotó sus mutaciones intentando seducirme 
y sólo consiguió que menos la persiguiera.
La descubro a cada instante, de la forma más sencilla:
Se me antoja aveces gris, a veces salada,
otras suave, escurridiza, casi imperceptible.

Mientras el catedrático persigue su postgrado,
el actor su Óscar 
y el cardenal su ascención a Papa, 
hoy fui feliz mientras saboreaba aquel dulce momento. 
El néctar de la alegría corría por mis brazos, 
embarraba mi cara y apaciguaba mi alma.
La cáscara terminó en el basurero, 
pero la dicha se quedó conmigo.

Simple. Como renunciar al cuchillo.