Falsa Cordura


Si la consoladora doble moral no existiera, la mitad de los habitantes de este planeta se quedarían sin nada que hacer. Resulta sorprendente que millones de hombres y mujeres puedan verse al espejo cada mañana sin sentir un milímetro de repulsión hacia ellos mismos, sin avergonzarse de su persona.
Al maratón de contradicciones que conforman la vida se suman a cada instante nuevos competidores que entrenan muy duro para alcanzar el estado mental necesario y resultar ganadores en esta comedia.
En la gran plaza pública de la cotidianidad se comercializa todo a diario: amor, poder, sexo, responsabilidad, servicio, salud, caridad, libertad.
Y el negocio del siglo se acerca, “clases de actuación para aprendices de individuos exitosos”. Los principales maestros serán los políticos, abogados, sacerdotes, educadores, periodistas... un momento, yo soy periodista. Bueno, talvez yo tampoco esté a salvo, espero no caer en la tentación. Después de todo, a mi también me asignaron un papel al nacer, sólo que cuando tuve el guión en mis manos, lo rompí en mil pedazos y lo arrojé a la basura.
¡Mi hermoso planeta! Lo bueno es bueno dependiendo de las circunstancias. Lo malo es malo dependiendo de quién lo haga. Ninguna regla esta clara en la podrida sociedad de hoy, sólo se reafirman las leyes en el momento preciso de juzgar los actos ajenos. Antes de eso, la ética, la moral y la integridad, son conceptos vagos flotando en el subconsciente como fantasmas de una lejana pesadilla. Pero en cuanto se presenta la oportunidad, los jueces menos indicados suben al estrado llenos de majestuosidad y milagrosamente los olvidados conceptos cobran vida y fuerza imperante, y caen sobre el acusado con todo el peso del cinismo y la desfachatez.
Es difícil creer en un mundo donde el oficial civil que celebra tu matrimonio te pasa discretamente durante la ceremonia una tarjeta de su bufete privado, donde él es especialista en divorcios.
Es difícil creer en un mundo donde la policía delinque más que los pandilleros, pero necesita de éstos para mostrarlos en las ruedas de prensa y asegurar que todo está bajo control.
Es improbable sobrevivir en este pedazo de tierra amenazado por el agua de los polos, en el que miles de mártires adeptos de PETA y Greenpeace, vociferan en las calles sus mensajes de concientización y luego van a sus hogares a disfrutar un suculento bistec o algún producto enlatado cuyo envase terminará en la basura sin tomar en cuenta el reciclaje.
Qué amarga resulta esta masa de continentes, donde las banderas blancas disparan proyectiles, donde los aviones de guerra arrojan al mismo tiempo misiles y comida a sus víctimas inocentes, donde la potencia más admirada es la que más terror y muerte siembra a su alrededor.
Qué triste es esperar en la fe que necesita monedas para subir a los pies de su Dios, sin garantías de una recompensa que amortice la agonía.
Qué duro es este mundo donde, como dijo Tácito, se le llama paz a la soledad del exterminio.
Todos fingen ser sensatos, juiciosos, precavidos, exitosos, autosuficientes, independientes, seguros, prudentes, sabios, optimistas. Pero todo es falso, como flores de papel. Tal cual. Color y aroma inexistentes.