Sobre el "arte" de escribir y el "placer" de leer


Dijo Oscar Wilde: “Para escribir sólo hacen falta dos cosas: tener algo que decir, y decirlo.”

Como admiradora de ese perseguido y atribulado escritor, debo plantear mi punto de vista ante la frase, después de haber navegado por algunos blogs.

Por un lado, esa afirmación explicaría el hecho de que millones de personas no se dediquen a escribir ni siquiera mensajes en un post-it. ¡No tienen nada que decir!, y mucho menos sabrían cómo decirlo.

Por otro lado, creo que para escribir, repito, para
ES-CRI-BIR (y no me refiero a trazar idioteces en una hoja, sino a hacer arte) hace falta mucho más que las dos proposiciones de mi querido Wilde. Me explico:
· Talento
· Ideas claras e interesantes
· Extrema sinceridad
· Hábito de lectura
· Valentía e independencia
· Autenticidad e ingenio
· Considerable dosis de inteligencia
· Cero ambiciones de reconocimiento y halago
· Disposición para el sacrificio
· Calidad de tiempo
· Riqueza de vocabulario
· Curiosidad intelectual
· Sentido común y crítico
· Suficiente humildad
· Conciencia del propio talento
· Compromiso y amor por el oficio
· Perfecta ortografía (imprescindible)
· Coherencia y fluidez
· Sensibilidad
· Respeto por los lectores (si se tienen, claro)

En fin, podría enumerar otros detalles, pero lo importante es que tener demasiado tiempo libre no es una razón de peso para mancillar el lápiz y el papel (o el teclado), y de paso, taladrar los ojos de los lectores.

Desde esta humilde bitácora hago un llamado a la piedad de los abusadores que, bajo el amparo de la libertad de expresión, han publicado tantas barbaridades y me han hecho perder unos valiosos segundos leyendo sus líneas (sólo unos segundos, pues eso basta para darme cuenta de que debo abandonar la lectura por respeto a mi inteligencia).

Ojalá las personas con complejo de “Debo-hacer-algo"
fueran tan sensatas como un jovencito que conozco. Su papá (que tiene mucho dinero) le hizo la tentadora pregunta de qué quería hacer con su vida. A lo que el adolescente contestó con una brillante confesión: “Papi, sólo quiero ver televisión”.

Y el padre, como buen padre al fin, le dio la terrible y consoladora respuesta: “Entonces ya está mi hijo, acomódese, que yo pago”.


MORALEJA: Si usted no sabe hacer algo o no tiene nada bueno que hacer, ¡no haga nada! Algunos se lo vamos a agradecer y el mundo seguirá girando sin echar de menos su afán.

De mi psicología y otros demonios…


Un cerebro que se reactiva.
Pensamientos que brotan como rocío inesperado.
Aquí estoy, orgullosamente ambiciosa y receptiva.
Trato de callar mi revolución interna, pero es imposible…ya me conocen, alma indomable, irremediablemente subversiva y ortodoxa.

El conflicto ahora es qué hacer con este espacio tan corto, para tan grandes alas.

Con el dilema de querer tanto y tener tan poco.

De no conformarme con poder ser lo que soy, sino llegar a ser todo lo que puedo.

Aceptar que en este mundo tan ajeno a mí, me alisté entre los “fenómenos” por perseguir la superioridad de mi propio espíritu.

Porque lucho a diario con los restos de inmadurez que la juventud me ha legado.

Porque aspiro a descansar en la meta para ver llegar a mis miedos en último lugar, y reírme de ellos.

Por buscar desligarme de la ignorancia y la ordinariez.

Por desear evolucionar hacia una nueva especie (lo menos “humana” posible).

Por atreverme a rechazar criterios que traía adheridos como una segunda piel, y que la Razón se ha encargado de desplazar por otros.

¿Qué hacer con esta sed inmensa de Sabiduría y Conocimiento? ¿Con esta sensación de insuficiencia intelectual?

Forjo mis propios horizontes, alejándolos lo más que pueda. Tanto, que a veces creo perderlos de vista. Pero eso no es suficiente.

Mas sé que la búsqueda de la Verdad tiene un final. Y aunque me halle lejos, no desistiré.

A pesar de que el escenario en el que inconformemente vivo, amerita cierta adaptación o participación en lo simple, en lo “normal”, esto no simboliza una aceptación de mi parte a tal atmósfera.

Y esa actitud mía, como todo en la vida, está envuelta en la ley de Causa y Efecto.

La causa, es asunto de otro post.
La consecuencia, es la soledad.

¿Debería verla como un castigo?
¡Bendito y dulce castigo!
En realidad, es mi mayor recompensa.

Soledad y libertad. Soledad y sensatez. Soledad y rebeldía. Soledad y alma.

No pido más.

En el rincón de mis anhelos…


Deseo algo que no poseo.

Como todo mortal que respira. Sueña. Crece. Sufre.

Lo tuve. Lo perdí.

Su ausencia dejó amarga mi boca, pero hizo sentir libre a mi corazón.

Inicuamente grité al mundo su partida.

Exhibí con pedantería mi bandera en blanco.

Llené mis páginas de cantos de victoria.

Recogí alegrías ficticias que metí a la fuerza en el hueco de mi ser.

Luego, me senté tranquila y embriagada sobre la roca rota de mis emociones,

a contar historias que deseaba vivir

y a llorar por dentro la vergüenza de la derrota.

Transcurrió un espacio que el reloj no alcanzó a medir.

No eran horas, no eran minutos, no eran segundos.

Eran trozos de mi vida en llamas,

marchando eternamente en el tren del nunca más.

Ahora estoy detenida frente la esfera del temor.

Su luz (¿o sombra?) baila a mi alrededor.

En su interior percibo un aroma excitante,

un color conocido, atrayente y deseado…

Deseado... ¡Es él!

El que una vez tuve

El que luego perdí

El que ahora deseo.

Y aunque me espanta que su casa sea el miedo,

aunque me resisto a creer que existe,

aunque desconozco el cuerpo en que vendrá a abrazarme;

la avidez de poseerlo recorre mis neuronas

y en mis labios persiste su indestructible nombre:

Amor
.